En otro lugar…
Cada rincón
de aquel sitio tiene una historia, uno de los países con más cultura que se
puede visitar. El encanto de las calles, de la gente alegra a cualquier
turista. Durante todas las tardes de verano, en una pequeña plaza de Roma, la
heladería más antigua de allí abre para que italianos y extranjeros saboreen
los deliciosos helados artesanales que prepara la típica anciana regordeta, con
el pelo blanco recogido en un moño bajo,
que además no piensa jubilarse por el amor que le tiene a su pequeño negocio.
En esa zona de la ciudad, donde se encuentra dicha heladería, todo el mundo se
conoce, nadie tiene secretos, o al menos, eso creen.
En una de
las viejas mesitas de la heladería con una margarita en el centro metida en un
jarrón alargado, toman juntos en silencio un helado para dos, una pareja de
unos veinte años. Ella con una pamela de paja se mancha la boca con cada
cucharada que toma. Él la contempla y se ríe mientras le tiende una servilleta.
El sol incide directamente sobre ellos, las gafas negras de Nacho brillan y Lia
se limpia mientras se mira reflejada en ellas.
-¿Cómo
puedes ser tan decente con algunas cosas y tan desastre con la comida?
Ella se
retira algunos mechones dorados que le daban latigazos en la cara a causa de la
ligera brisa que corre en ese instante ignorando el comentario de su amigo.
-Nacho, he
accedido a tomar un helado contigo sólo porque querías contarme algo. Ahora
dime qué quieres. Porque cuando me quieres invitar… un favor me pedirás seguro.
-Verás… he
estado pensando que aprovechando que vives sola podría hacerte compañía.
-¿Qué
quieres decir? ¿Que vivamos juntos?-No se puede creer lo que le está diciendo e
incluso empieza a imaginarse lo desastre que será su pequeño apartamento con
Nacho viviendo en su casa, en la habitación de al lado. Tendría todo el baño
lleno de camisetas sudorosas del gimnasio, o las zapatillas de deporte con un
espantoso olor en el salón, o a una chica distinta cada mañana desayunando en
su cocina. No, definitivamente ni se lo quiere pasar por la cabeza.
-Exacto. Te
pagaría un alquiler por supuesto. No puedo seguir pagando un motel y mi ex novia
no creo que quiera irse de su casa para regalármela.-Con sarcasmo le dedica una
sonrisa torcida a la chica rubia.
-Así que lo
habéis dejado…
-¿Te
alegras? Ya estoy a tu disposición.
-Sí, me alegro
por ella. Me pregunto con quién te habrá pillado esta vez en la cama. No te la
mereces.-Ambos se miran fijamente. Lia tiene un semblante muy serio, sabe
perfectamente que su amigo es un mujeriego y le resulta muy difícil ser fiel a
una persona. Piensa que es demasiado egocéntrico, pero inevitablemente sabe que
es buena persona y en el fondo no actúa con maldad.
-No me digas
esas cosas tan feas. Nos conocemos desde los doce años por eso he pensado en
ti.
La chica
empieza a recordar cómo hace muchos años, ese chico llegó nuevo a su clase,
volviendo a todas sus amigas locas.
Siempre
había sido muy guapa, con una melena larga dorada y los ojos de un tono caqui muy peculiares, y él moreno, con el pelo color avellana y unos ojos enormes
miel; hacían la pareja perfecta, eran la envidia de todos los alumnos de su
instituto, pero inevitablemente, eran muy amigos, y se conocían demasiado bien
como para enamorarse el uno del otro.
Nacho ha
tenido muchas novias, casi todas amigas de la chica, y sin ninguna excepción,
todas acabaron con el corazón roto.
-Sé que
tienes una habitación libre. ¿Por qué no quieres vivir conmigo?
-Porque
acabarías acosando a cada amiga que viniera a estudiar conmigo.- Lia dejó la
cuchara rosa de plástico sobre la copa de helado y se volvía a limpiar la boca.
Acto seguido saca una barra de cacao del bolso y un espejo.
La nieta de
la dueña de la heladería se acerca a su mesa para retirar la copa. Nacho,
ignorando las últimas palabras de su amiga, desliza las gafas por su nariz y
mira a la camarera. Éste le sonríe y le guiña un ojo, la cual le responde
mordiéndose el labio inferior y meneándose de forma exagerada cuando termina de
limpiar la mesita baja. Su amiga que ya se había retocado, mira la escena de
forma divertida mientras se levanta y se coloca bien el vestido blanco
veraniego que deja ver sus piernas morenas.
-Ni si
quiera me escuchas cuando te hablo.
-Sí que te
escucho, pero te miro y me quedo embobado con tu sonrisa.
-¿Con mi
sonrisa o con el trasero de la camarera? ¡Pelota!-Le da un puñetazo en el
hombro mientras él pasa su brazo por la cadera de ésta obligándola a caminar
juntos y despertando la envidia de todas las chicas que se encuentran en
aquella plaza.
-¿Cuándo
hago la mudanza?
-Cuando
salgas vivo de casa de tu ex novia.- Lia lo mira de reojo mientras se pone las
Ray Ban y esboza una sonrisa pícara. Sabe que no puede dejar a su amigo en la
calle, o gastándose el dinero mensual que su vieja abuela le da.
Él piensa
cómo va a entrar en su casa después de que su ex lo pillara en la cama con su
hermana, tal y como había dicho su amiga.
Hace dos noches, Anna, la que era su novia en
ese momento, debería haber estado en Florencia, y no en Roma, abriendo la
puerta de la habitación donde Nacho estaba con su cuñada. Anna se puso
histérica, le tiró un jarrón a su novio a la cabeza que por fortuna lo pudo
esquivar a tiempo y acto seguido salió corriendo de su casa con los pantalones
en la mano dejando atrás 4 años de relación y el grito de algún que otro
insulto de la que ya se convirtió en su ex.